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Víctor
Morales Lezcano
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02.12.18 .- El
inexorable transcurso del tiempo genera, habitualmente, melancolía; sentimiento
que se intensifica cuando perdemos a una persona querida o estimada.
La pérdida reciente del profesor, escritor
y amigo Bartolomé Bennassar (1929-2018) ha venido a despertar en mí aquel
dolorido sentir.
Desde
los años 70 del pasado siglo XX vengo transitando por Francia con cierta
regularidad y también por la Casa de Velázquez en Madrid, Ciudad Universitaria.
Mi memoria se remonta, al emprender el vuelo hacia entonces, a los hispanistas
de pro con los que tuve trato y cuya producción bibliográfica no me fue del
todo ajena: Joseph Pérez, Bernard Vincent, Paul-Jacques Guinard, por abundar
solamente en tres figuras del hispanismo francés ligadas estrechamente a la
Casa de Velázquez.
Mi relación con el
profesor Bennassar fue más discontinua que aquella que mantuve con los
destacados hispanistas antes aludidos. Ahora que lo hemos perdido, sin embargo,
no se puede hacer menos que recordar la personalidad fluida, al tiempo que
sencilla, de Bartolomé Bennassar. Pude departir con él ya fuera en algún
encuentro ocasional en Toulouse, o ya fuera en Aix-en-Provence, donde tuve el
privilegio, tanto como el honor, de residir durante el curso académico de
1998-1999; o bien en la sede de la Casa de Velázquez.
El recuerdo que conservo
del distinguido historiador que fue Bennassar caló en mí tras la lectura que
dediqué a las peripecias que experimentaron Los
cristianos de Alá; es decir, los prisioneros erráticos del orbe cristiano
que vagabundearon durante los siglos XV-XVII por las costas continentales de lo
que hoy llamamos Magreb, por las islas del Mediterráneo, como Malta, Creta y
Corfú, y hasta por territorios donde el dominio otomano fue manifiesto desde el
siglo XVI: Siria y Líbano, la Tierra Santa de las tres “castas de creyentes”, y
Egipto, encrucijada de coptos, musulmanes y sefardíes.
Léanse bien las
aventuras de aquellos cautivos de “infieles” de Alá y se entenderá que el
Mediterráneo fue entonces un crisol insólito de aspiraciones y supervivencias,
de negocios y pasiones humanos; como si se tratara de un retablo de la época
que vivió profundamente Miguel de Cervantes. Creo recordar que redacté un par
de columnas para el ABC Literario de hace
años, debido a la lectura devota que me inspiraron las páginas de aquella
monografía de Bartolomé (y Lucile) Bennasar que llevaba por título Los cristianos de Alá: la fascinante aventura de los renegados (Madrid:
Nerea, 1989).
Estas líneas solo
pretenden recordar la huella de una
lectura, el aprendizaje de mi curiosidad, ya despierta entonces, por el
Mediterráneo de antaño.
Solo por el regalo
que me ofrecieron Bartolomé Bennassar y Lucile (su esposa), que colaboró con él
en la obra de Los cristianos de Alá, permaneceré
endeudado con la maestría historiográfica de quien ahora lamentamos su ausencia
definitiva. Y, endeudado también, con su fluido y sencillo talante.
Gracias, profesor.
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