L.M.A.
24.03.19 .- Madrid .- Al convocar la
“Proclamación y Entrega del 72º Premio Adonáis de Poesía” que tuvo lugar en la
Biblioteca Nacional de Madrid el 14 de diciembre de 2018 Ediciones Rialp
comunicaba: “El Premio Adonáis nació en 1943, al mismo tiempo que la colección
del mismo nombre, como apuesta bajo el signo de Biblioteca Hispánica, regida
por Juan Guerrero Ruiz, el gran amigo de Juan Ramón Jiménez, y José Luis Cano,
que dirigió la colección durante veinte años, para contrarrestar la creciente
oficialidad de la poesía. En 1949, ambos empeños serían adoptados por Ediciones
Rialp que los desarrolló hasta el día de hoy.
En la actualidad la Colección Adonáis cuenta con más de 650 volúmenes y es un ejemplo de continuidad no alcanzado, hasta ahora, por ninguna otra empresa editorial de este carácter”. Teniendo como invitado de honor al Profesor de la UAM, y autor de “Última poesía española” (2016), Rafael Morales Barba, Carmelo Guillén Acosta, Director de la Colección Adonáis procedió a dar lectura del fallo de esta 72º convocatoria, además de mostrar la estatuilla con que se acompaña el galardón, del escultor Venancio Blanco, manifestando que el jurado otorgó el Premio Adonáis de Poesía 2018 a Marcela Duque (Medellín-Colombia-1990) por su poemario BELLO ES EL RIESGO (“Es bueno que se te resistan las palabras,/que no sean acuarela sino mármol,/obra de cantería”) y los dos accésit a José Alcaraz (Cartagena 1983) por EL MAR EN LAS CENIZAS (“Todo lo invisible que nos duele,/¿es el miembro fantasma/de lo que no pudimos ser?)” y a Guillermo Marco (Madrid 1997) autor de OTRAS NUBES (“Tus comentarios eran mi compañía, Guillermo…”). Algunos poetas cuyas obras resultaron finalistas tuvieron ocasión de leer sus poemas.
En la actualidad la Colección Adonáis cuenta con más de 650 volúmenes y es un ejemplo de continuidad no alcanzado, hasta ahora, por ninguna otra empresa editorial de este carácter”. Teniendo como invitado de honor al Profesor de la UAM, y autor de “Última poesía española” (2016), Rafael Morales Barba, Carmelo Guillén Acosta, Director de la Colección Adonáis procedió a dar lectura del fallo de esta 72º convocatoria, además de mostrar la estatuilla con que se acompaña el galardón, del escultor Venancio Blanco, manifestando que el jurado otorgó el Premio Adonáis de Poesía 2018 a Marcela Duque (Medellín-Colombia-1990) por su poemario BELLO ES EL RIESGO (“Es bueno que se te resistan las palabras,/que no sean acuarela sino mármol,/obra de cantería”) y los dos accésit a José Alcaraz (Cartagena 1983) por EL MAR EN LAS CENIZAS (“Todo lo invisible que nos duele,/¿es el miembro fantasma/de lo que no pudimos ser?)” y a Guillermo Marco (Madrid 1997) autor de OTRAS NUBES (“Tus comentarios eran mi compañía, Guillermo…”). Algunos poetas cuyas obras resultaron finalistas tuvieron ocasión de leer sus poemas.
Tras José Luis Cano la
Colección y el Premio Adonáis fueron dirigidos por el poeta cordobés Luis
Jiménez Martos hasta su fallecimiento y, desde entonces, por el Profesor de
Literatura y, también, poeta Carmelo Guillén Acosta.
Figuras relevantes han
formado parte de los jurados del Premio durante toda su existencia como Gerardo
Diego, el propio José García Nieto, Claudio Rodríguez, Florentino Pérez-Embid,
Joaquín Benito de Lucas, el Catedrático Rafael Morales…
En 1943 el galardón fue
concedido exaequo a José Suárez Carreño por su libro “Edad del Hombre”, Vicente
Gaos por “Arcángel de mi noche” y Alfonso Moreno por “El vuelo de la carne”.
Dejó de convocarse hasta el año 1947 en que fue el poeta José Hierro el
agraciado con el premio por su memorable poemario titulado “Alegría”.
Desde entonces
importantes poetas (féminas y varones) de todo el ámbito de la lengua
castellana han sido premiados o han obtenido accésits, generalmente sin orden
de prioridad, lo cual ha venido a significar, en su momento, un espaldarazo a
su labor creadora. Entre los primeros podemos citar a Ricardo Molina, José
García Nieto (que creó una situación algo rocambolesca al presentarse, y así se
publicó el libro, como Juana García Noreña estando el propio García Nieto en el
Jurado), Claudio Rodríguez, Rafael Soto Vergés, Francisco Brines, Jesús Hilario
Tundidor, Félix Grande, Miguel Fernández, Joaquín Benito de Lucas, José Ángel
Valente, Blanca Andreu, Luis García Montero, Diego Doncel, María Luisa Mora
Alameda, Irene Sánchez Carrón, Lorenzo Gomis, Laureano Albán, Eduardo Moga,
Javier Vela y, el año pasado, Alba Flores Robla. Los nombres de los accésits
también han sido los de interesantes creadores, premiados a su vez en otros
concursos y alcanzando algunos de ellos brillante notoriedad, entre los que
incluiríamos a Antonio Gamoneda, Eladio Cabañero, Antonio Hernández, Ángel
González, Antonio Colinas, Juan Van-Halen,
Ángel García López, Verónica Aranda, Nelo Curti, Concha Zardoya, Eugenio de Nora, César Aller, Julio Maruri. José Manuel Caballero Bonald, María Beneyto, Elvira Lacaci, Salustiano Masó, Fernando Quiñones, Pino Ojeda, Amparo Amorós, José Agustí Goytisolo, Manuel Padorno, Pilar Paz Pasamar, Beatriz Hernán, Paloma Palao, Manuel Ríos Ruíz, Justo Jorge Padrón, José María Bermejo, Enrique Gracia, Pedro J, de la Peña, Ana María Navales…
Ángel García López, Verónica Aranda, Nelo Curti, Concha Zardoya, Eugenio de Nora, César Aller, Julio Maruri. José Manuel Caballero Bonald, María Beneyto, Elvira Lacaci, Salustiano Masó, Fernando Quiñones, Pino Ojeda, Amparo Amorós, José Agustí Goytisolo, Manuel Padorno, Pilar Paz Pasamar, Beatriz Hernán, Paloma Palao, Manuel Ríos Ruíz, Justo Jorge Padrón, José María Bermejo, Enrique Gracia, Pedro J, de la Peña, Ana María Navales…
Al mismo tiempo
Ediciones Rialp, con idéntico formado e incluidos en la Colección Adonáis, ha
publicado y publica los poemarios galardonados en otros certámenes que, a veces
en solitario y en otros casos con el concurso de determinadas
instituciones, enjuician los jurados
determinados al afecto por el propio Director de Adonáis, como puede ser el
Premio “Alegría” del Ayuntamiento de Santander, el Premio “San Juan de la Cruz”
en algunos momentos patrocinado por la Caja de Ahorros de Ávila con la
colaboración de la Fontivereña Abulense, el Premio Florentino Pérez-Embid de la
Real Academia Sevillana de Buenas Letras de Sevilla, el Premio González de Lama
del Ayuntamiento de León.
Ni que decir tiene que
además de los premiados en todos los certámenes aludidos el resto de los libros
publicados, hasta la fecha, cuentan con la titularidad de la mayoría de los
poetas más importantes del ámbito español tanto en libros de autoría individual
como participando en antologías diversas. También Rialp ha incluido en la
Colección algunos traducciones de poemarios de otras lenguas que, parecía o
eran, importantes y de gran interés para su conocimiento por poetas, estudiosos
y críticos cercanos al ámbito poético.
Así que prescisdiendo de
valorar estilos, escuelas, tendencias líricas, capacidad creadora voluntad
literaria, libertad expresiva o
cuestiones meramente particulares, o personales, de cada uno de los poetas, o
de todos, que forman parte de este entramado editorial, lo antes comentado, todo
ello, nos permite, o anima, ahora mismo por ser algo de poética actualidad y de
cierto interés común, a comentar dos de los últimos libros publicados en la
Colección Adonáis, lo cual es de agradecer a Ediciones Rialp dada la escasa
atención que Editores, Agentes Literarios, críticos especializados, periodistas
de la cultura o medios de difusión dedican a la poesía y a los poetas de manera
general. Estos libros son “Dios en la poesía actual (Antología)” y el los
versos de “Sibilario” de Ana Sofía Pérez-Bustamante, obra galardonada con el
Premio “Alegría” del Ayuntamiento de Santander.
“DIOS EN LA POESÍA ACTUAL (ANTOLOGÍA”)
NÚMERO 661-662 DE LA COLECCIÓN ADONÁIS
(EDICIONES RIALP) MADRID 2018.
Primero surge la duda,
el escalofrío. No es fácil creer en lo divino, en la inescrutable, con los
malos ejemplos que nos sigue dando este siglo secularizado quienes debían ser
portadores de los mejores ejemplos para, sobre todo, afrontar el valor de la fe
y los misterios que acompañan a las sobrenaturales creencias.
“Perdida estoy,
Señor;/cógeme de la mano…”,. exclama Gracia Aguilar y Javier Almuzara confiesa
“El mundo es escenario y espejismo,/la vida entera un agotado sueño”. Será,
como escribe José Julio Cabanillas que “El libro de la creación se nos ha ido
llenando de erratas”. Tiempo atrás, año 2000, Carmelo Guillén Acosta al
referirse a lo que divisaba en el Portal de Belén susurraba: “¡Miradle bien, es
Dios mismo!”(“Misterio gozoso”. Los Cuadernos de Sandua).
Y ya estamos viviendo,
re-conociendo los versos, muchos y determinantes, de un libro donde, en 223
páginas, los mencionados José Julio Cabanillas y Guillén Acosta (éste como
Director de la Colección Adonáis) han tenido el acierto, o la oportunidad y
valentía, de aglutinar el pensamiento de una serie de poetas hablando de lo
divino y, por supuesto de lo humano, sólo con la premisa de tratar de
actualizar o continuar la idea de Alfonsina de Champourcin, inspirada creadora
de la llamada Generación del 27, que al regresar de su exilio mexicano (México
se escribe con x que suena jota) publicó una antología lírica con el mismo
título que los editores, ahora, han mantenido para regalarnos esta delicada
colección de inspiraciones de tantos y tantos creadores, féminas y varones,
religiosos o menos, creyentes o agnósticos más o menos declarados, pero todos que
con la intención, digamos, prioritaria de dar un testimonio activo de sus
actitudes ante la creencia de un Dios invisible en un mundo donde lo visible es
la crueldad, la ignominia y la desazón.
Ya sabemos que hacer una
selección de poemas para un tema tan concreto es, siempre, tarea difícil,
aunque encomiable pero, digamos, que en este caso se ha logrado un buen elenco
de versos que tratan sobre lo enunciado es decir, como aprecia Cabanillas en el
prólogo, de devolver “al mundo su esplendor primero” donde, como “si el alma
entera/volviera a hacerse niña”, que expresa Enrique Andrés Ruiz el universo
fuera capaz de acoger cercanías y distancias de los seres humanos implicados,
por encima de todo, es la rara aventura de vivir.
Así que vamos a ver qué
dicen, qué nos dicen los versos de esta pléyade de creadores, elegidos
generalmente entre los nacidos a partir de 1950 y todas las latitudes, ideas y
estilos de la única patria verdadera que es la de la poesía. Muy apropiados
para los días de la reconciliación que, desgraciadamente, muchos hombres y
mujeres olvidan de practicar son los versos de Rocío Arana ante el Belén: “Niño
mio Dios/esta vida que tengo que me prestas…” o los de Jorge de Arco cuando
pide “Abrid el corazón al enemigo,/y perdonad la ofensa”, consejo que pocas
veces tenemos en cuenta aunque Manuel Ballesteros confiesa: “Sólo tú me
conoces” e Izara Batres deja un interrogante: “Y la voz de Dios, ¿desde dónde
llega/cuando el albor de la primavera calla?” a lo que respondería, con música
de Bach Jesús Beades: “este Dios no se deja/crucificar sin más se obstina en
redimir el universo”.
Dios o dioses, altares o
conciencia, vida o muerte se debaten en la mente del ser humano, crean su
propio conflicto, se enfrentan a realidades externas y a misterios ocultos. En
medio de esta vorágine está el hombre, el ser humano, la mujer, el varón, el
egoísmo del adulto y la inocencia del recién nacido. Ahí está el temor, la
soledad de los malvados, la magnificencia de las buenas obras, el amor de los
que nada tiene y la violencia mental de los que abandonan a quienes les
necesitan. Ni siquiera hace falta hacer penitencia, pagar bulas o rezar
rosarios y rosarios para purificar la conciencia: a los malos, a los perversos,
tampoco les sirve de nada ese apremio de pública devoción cuando sus actos
están guiados, o mantenidos, por la perversidad. Dios también están entre las
sartenes, decía más o menos Teresa de Ahumada, “Dios o la idea de Dios”, es lo
promete o precisa Alfonso Brezmes y el reiterado Cabanillas implora: “Cuando
llegue la hora que sólo Tú conoces/llévame por un campo donde crecen higueras”,
he ahí la virtud de la inocencia que Luis E. Cauqui convierte también en
interrogante:“¿volverás a nosotros?”, dirigiéndose, tal vez , al “Señor de las
galaxias más remotas” de Daniel Cotta cuando Jesús Cotta quiere admitir,
posiblemente con fervor, “No puedes no existir”.
Luis Alberto de Cuenca
afirma: “Feliz quien, al amparo de la fe, escribe poesía desde el júbilo…” que
Miguel D`Ors convierte en un “Splendor veritatis” o, después, escribe “la
verdadera Fe/es esto de escucharte cuando callas…”. Claro que, acto seguido,
José María Delgado solicita: “Dame ese cielo y llévate esta tierra” para
desembocar en los versos de Mercedes Díaz Villarías de “Si no encuentro a
Dios,/qué encontraré en su lugar” cuando José Antonio Fernández Sánchez habla
del “Fulgor sagrado de una luz antigua/que algún día sabremos transcribir”.
Posiblemente en expresiones como ésta se encuentren el valor de las creencias o de las realidades de los creyentes, en transcribir el fervor pero, sobre todo, en actuar como pide el Evangelio no en actuar a espaldas de él. “Dad y se os dará”, dice el Nuevo Testamento porque “De Dios es este instante, y él lo ignora”, según afirma Vicente Gallego. En esos territorios, supuestamente, es donde debe encontrarse no el paraíso, sino, la iluminación de las conciencias, el camino de la rectitud que políticos, hombres de leyes o ministros de las iglesias, a veces, no saben encontrar. Federico Gallego Ripoll ya nos alerta: “Descalzo mi mirada para leer tu nombre”. Imitémosle como se nos pregona muchas veces y tal vez hallaremos respuestas.
“Me preguntas que cómo será el cielo…” deja escrito Lutgardo García y con versos casi de Lope de Vega Enrique García-Máiquez aduce: “Para quererte a Ti, mi Dios/me remueven tu Cielo y el infierno” o afirma Bárbara Grande Gil: “Busco a Dios donde ya nadie lo escribe”. Es que el Dios del creyente está en los rincones de los palacios y la frialdad de las chabolas, aunque no solemos darnos cuenta, tan alejados estamos de algo tan realmente sobrenatural. Por eso Carmelo Guillén Acosta viene a solicitar “Aléjame, Señor, de la barbarie..”. Y añadiríamos, de quienes programan guerras, de quienes niegan un pedazo de pan al hambre, de aquellos que se enriquecen con el sudor ajeno, de quienes habitan castillos y desahucian a quienes menos tienen de un rincón benigno y les arrojan a la tormenta.
Posiblemente en expresiones como ésta se encuentren el valor de las creencias o de las realidades de los creyentes, en transcribir el fervor pero, sobre todo, en actuar como pide el Evangelio no en actuar a espaldas de él. “Dad y se os dará”, dice el Nuevo Testamento porque “De Dios es este instante, y él lo ignora”, según afirma Vicente Gallego. En esos territorios, supuestamente, es donde debe encontrarse no el paraíso, sino, la iluminación de las conciencias, el camino de la rectitud que políticos, hombres de leyes o ministros de las iglesias, a veces, no saben encontrar. Federico Gallego Ripoll ya nos alerta: “Descalzo mi mirada para leer tu nombre”. Imitémosle como se nos pregona muchas veces y tal vez hallaremos respuestas.
“Me preguntas que cómo será el cielo…” deja escrito Lutgardo García y con versos casi de Lope de Vega Enrique García-Máiquez aduce: “Para quererte a Ti, mi Dios/me remueven tu Cielo y el infierno” o afirma Bárbara Grande Gil: “Busco a Dios donde ya nadie lo escribe”. Es que el Dios del creyente está en los rincones de los palacios y la frialdad de las chabolas, aunque no solemos darnos cuenta, tan alejados estamos de algo tan realmente sobrenatural. Por eso Carmelo Guillén Acosta viene a solicitar “Aléjame, Señor, de la barbarie..”. Y añadiríamos, de quienes programan guerras, de quienes niegan un pedazo de pan al hambre, de aquellos que se enriquecen con el sudor ajeno, de quienes habitan castillos y desahucian a quienes menos tienen de un rincón benigno y les arrojan a la tormenta.
A mitad de esta
antología, y para corroborar la esencia de los versos que contiene, damos
entrada a opiniones, inspiraciones, lamentaciones de otros poetas que podrían
formar parte de este memorable volumen que podrán leer las gentes de buen
corazón y que ignorarán los duros de mollera y los infames de la tierra.
Fijémonos en lo que escribe el propio Jorge Luis Borges en su “Historia de la
eternidad” (Alianza Editorial 1997): “La eternidad quedó como atributo de la
ilimitada mente de Dios, y es muy sabido que generaciones de teólogos han ido
trabajando esa mente, a su imagen y semejanza”.
El poeta zamorano y exagustino
Octavio Uña, en su poemario titulado “Cierta es la tarde” (Visión Libros 2010)
aconseja: “…dad gracias a Dios que hoy os abraza/con lentísima lluvia”. El
argentino Roberto Di Pasquale en “Las alusiones” recuerda que “…se abren
ventanas/por las que asoman/en algunos momentos/las pestañas de Dios”. El
malagueño José Ruiz Sánchez en “El ojo de la cerradura” (Ediciones Cultura
Hispánica 1977) hablaba de “Dios que se mete de noche/en la brasa de un
cigarrillo”. ¿Y Machado, Antonio Machado?. En “Campos de Castilla” se refería
así al tema que nos ocupa: “Este que insulta a Dios en los altares,/no más
atento al ceño del destino,/también soñó caminos en los mares/y dijo: es Dios
sobre la mar camino”. Juan Ramón Jiménez en su “Canción” (Seix Barral 1993)
dice, lacónicamente, “Dios está azul”, expresión casi divina para analizar la
realidad de los creyentes, la inefabilidad de una cercanía. Y, más cercanamente,
el valenciano Rafael Soler escribe en “Los sitios interiores (Soneto urgente)”
(Colección Adonáis, 1980) “El mar es un pacto con los dioses,/un tiempo
encaramado/pertinaz/que asola sin remedio mi laguna”, ampliando el ámbito de
las divinidades y acercándole a los pobres mortales, a todos nosotros.
Tal vez no precisemos echar mano de los grandes teólogos, de los escolásticos, de los padres de la Iglesia para encontrar a Dios, ahora sí, entre los pucheros. El creador tinerfeño Sabas Martín, buen lector y detenido escritor, pone en “Un rumor de siglos” (Mercurio Editorial 2018) las palabras, la vida, las dudas, el temor de Dios y las vivencias de Sor María de Jesús de El Sauzal, conocida como la Siervita de Dios: “Todo es del Señor, todo, incluso los prodigios y los más velados secretos”. El poeta José Hierro nos dejó dicho que “el castellano es una buena lengua para hablar de Dios”. Y así sucesivamente.
Tal vez no precisemos echar mano de los grandes teólogos, de los escolásticos, de los padres de la Iglesia para encontrar a Dios, ahora sí, entre los pucheros. El creador tinerfeño Sabas Martín, buen lector y detenido escritor, pone en “Un rumor de siglos” (Mercurio Editorial 2018) las palabras, la vida, las dudas, el temor de Dios y las vivencias de Sor María de Jesús de El Sauzal, conocida como la Siervita de Dios: “Todo es del Señor, todo, incluso los prodigios y los más velados secretos”. El poeta José Hierro nos dejó dicho que “el castellano es una buena lengua para hablar de Dios”. Y así sucesivamente.
Volvemos a la antología
que trata de incluir a importantes poemas de interesantes poetas aunque falten
muchos o muchas y pueden sobrar, lo cual siempre puede suceder. Lo
verdaderamente efectivo es tener un librito como éste que tanto puede
convertirse en poemario de cabecera como rememorar los mejores versos de sus
autores. “Otro tiempo hubo en que se derramaba la vida…” escribe José
Gutiérrez, Gabriel Insausti aconseja “Inventemos a Dios”, José Lupiáñez
recuerda “De ti venimos, Señor, y hacia ti vamos”, Alejandro Martín Navarro confiesa
“Apoyado en un árbol llamo a Cristo”, Julio Martínez Mesanza se lamenta “Eres,
Señor, la guerra interminable”, José Mateos clama ·”Un Dios que se concibe ya
no es Dios”, Juan Meseguer titula un poema “Eros es Dios”, Mario Míguez suplica
“Oh Dios, al menos dame resistencia…”, Jesús Montiel razona “Es posible rezar
aunque fuera del templo”, José Manuel Mora Fandos se/nos tranquiliza: “Qué
alivio da saber que en Ti está todo…”.
Sí es cierto, o puede
serlo, lo que manifiesta Cabanillas en el prólogo a esta antología: “Da la
impresión de que el poeta no ha encontrado su sitio en este mundo”. O sí. Lo
que sucede es que tanto progreso, tanta libertad, tanto vicio como decía mi
madre, tanta tecnología como sufrimos, a veces, nos aparta de lo menos
material, de las creencias, de la divinidad, de la fe concebida como
instrumento de salvación. Los malos ejemplos de los poderosos ayudan mucho a
esa capacidad de engendrar duda, de crear situaciones de angustia. Pero, pese a
todo, aún la poesía, que sirve para cantar el amor o para lamentarnos de la
desgracia, también, tiene un cometido claro como es el de cantar los valores de
lo sobrenatural, de lo divino, de lo excepcional. O no.
“Quiero vivir, Señor…”
solicita Carlos Javier Morales. “No sé nada./Ni para qué escribo esa palabra,
“Dios”…” anuncia Antonio Moreno. De
Inmaculada Moreno nos quedamos con tres versos: “…hace frío y esos
hombres/parece que se encorvan levemente/por Dios sabe qué fardos invisibles”.
De Sergio Navarro: “Regresa aquí su bendición de brisa/que refresca al paseante
solitario”. Antonio Praena dice “No hay muerte en la que no quepa tu misterio”.
María Eugenia Reyes Lindo escribe
“Llévame/por encima del gris,/fuera del ruido de las calles”. De José Antonio Sáez elegimos “En tu ausencia, todo me habla de ti…”. De Eloy Sánchez Rosillo “…la muerte viene a prolongar/la aventura que somos…”. Pedro Sevilla nos susurra “Has compartido hoy con Dios una naranja”. Rafael Adolfo Téllez “Siempre hay una luz muy tenue,/como en el Génesis”. Andrés Trapiello recuerda que “El tiempo es infinito para todos”. Beatriz Villacañas afirma “Nada como el Amor/para darnos noticia de lo eterno”. Y Fernando de Villena en el penúltimo poema de este delicado y, en muchos casos, necesario libro para creyentes, agnósticos o personal sin filiación aparente escribe “¡Qué hermosa es la obra de tus manos,/qué hermosa, Señor, aunque la comparemos/con nuestras ambiciones”.
“Llévame/por encima del gris,/fuera del ruido de las calles”. De José Antonio Sáez elegimos “En tu ausencia, todo me habla de ti…”. De Eloy Sánchez Rosillo “…la muerte viene a prolongar/la aventura que somos…”. Pedro Sevilla nos susurra “Has compartido hoy con Dios una naranja”. Rafael Adolfo Téllez “Siempre hay una luz muy tenue,/como en el Génesis”. Andrés Trapiello recuerda que “El tiempo es infinito para todos”. Beatriz Villacañas afirma “Nada como el Amor/para darnos noticia de lo eterno”. Y Fernando de Villena en el penúltimo poema de este delicado y, en muchos casos, necesario libro para creyentes, agnósticos o personal sin filiación aparente escribe “¡Qué hermosa es la obra de tus manos,/qué hermosa, Señor, aunque la comparemos/con nuestras ambiciones”.
Adonáis otra vez.
Gracias en nombre de quienes recibirán alborozados estos poemas, a veces,
sobrenaturales y, otras, a ras de nuestra conciencia.
ANA SOFÍA PÉREZ-BUSTAMENTE MOURIER:
“NO ES REVERSIBLE EL TIEMPO”
AUTORA DE “SIBILARIO” PREMIO ALEGRÍA 2018.AYUNTAMIENTO DE SANTANDER
Es de agradecer el
esfuerzo de los miembros de los jurados de los premios literarios hasta ver qué
obra de las presentadas a los concursos o premios de narrativa, ensayo o
poesía, es merecedora del galardón o galardones. Sobre todo en estos tiempos (o
desde siempre para ser más claros) en que los amiguismos, influencias o
parcialidades están a la orden del día. Así es fácil ver como se otorga un premio,
a veces millonario, al escritor ya famoso (recordamos el Planeta concedido a
Camilo José Cela en 1994), o al hijo o hija del escritor célebre, o al
personaje notorio que puede facilitar las ventas o al amigo, pariente, vecino o
vecina del Presidente de la editorial o al sobrino del Alcalde, etcétera. Hay
listas de los miembros de los jurados que se prestan a estos contubernios.
Por eso el premiar a un
poemario entre los 632 presentados, como ha sucedido en el último Premio
Internacional Alegría de poesía del Ayuntamiento de Santander, tiene un
especial mérito, sobre todo por el indudable trabajo de lectura que los jurados
han debido llevar a cabo. El libro, en este caso, se titula “Sibilario”, su
autora es la Doctora en Filología Hispánica y Profesora de Literatura Española
en la Universidad de Cádiz, Ana Sofía Pérez-Bustamente Mourier (París 1962) y
ha sido publicado, como los demás títulos de este premio que llega a su
vigésima segunda edición, por Ediciones Rialp, lo que supone un claro homenaje
a la poesía y a los poetas como el resto de los títulos incluidos en su
colección Adonáis que, con este ejemplar, llega al número 663.
“El título-leemos en la
contrasolapa-, que procede de la palabra “sibila”, está inspirado en las cinco
que pinto Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, a las que Pérez-Bustamante añade
una sexto: la niña-tigre”. Estamos ante un poemario completo, excelso en
ocasiones, escrito con detenimiento para ofrecer un adecuado ritmo, unas bellas
imágenes y un interesante concepto de la escritura lírica: “El mundo de los
mitos se sostiene justamente aquí:/en las cabezas de los niños”, leemos en
“Arquitectura y mito”. El libro consta de 3 partes. La primera “Comienzos”
sigue con “Serpiente del Edén” (“Yo soy la criatura afortunada”), “Eva y las manzanas”:
“…mis muslos no necesitaban/saber hablar”,
“Sibila madre”, “Corte y confección” y “Oración del sol y la luna”,
poema grandioso. ”Yo te quise enseñar cosas que fueran útiles”.
II. “Las dimensiones del
teatro”, donde destacamos “Última nana” con un delicado estribillo y unas
imágenes repletas de intención. “AQUÍ estoy, en lo oscuro, velando vuestro
sueño./Duerme blanca mi madre como un ángel de nieve,/ajena a su dolor,
desmemoria y orines”.
La tercera parte o
“Sibila sexta” penetra en la historia, en el fuego, en la literatura clásica
con poemas tan hermosos como “Piel de San Bartolomé”, “Ezequiel se jubila”,
resumen de un compañerismo afectuoso o ese “Taxi driver” que resumiría toda la
poética de Ana Sofía: “A estas alturas, hijo,/sólo puedo decir lo que el
refrán:/que es peligroso que se cumpla un sueño”.
La autora también ha
dedicado su tiempo a los estudios de literatura contemporánea habiendo escrito
sobre autores principalmente gaditanos como el genial Rafael Alberti, José
María Pemán, Carlos Edmundo de Ory,
Pilar Paz Pasamar o José Luis Tejada e investigado en el Don Juan Tenorio, la
novela mitopoiética, el microrrelato……
Columnista del Diario de
Cádiz y autora de diversos poemarios como “Mercuriales”, “Libro de los pájaros”
y otros, en algunos de los cuales ha incluido obras del pintor Ricardo Galán
Urréjola, en los versos de la Doctora Pérez-Bustamante aparecen héroes y seres
anónimos, psicologías bíblicas y personas que podemos hallar en el autobús;
viajes por la existencia y deseos no contenidos de llegar al fin del horizonte,
observaciones en torno al ser humano supeditado a los horrores del trabajo, de
la pereza, de la burlas sociales o esa necesaria capacidad de toda persona
humana de seguir viviendo en el ámbito de la esperanza, pese a las dificultades
de lo cotidiano. Estamos ante una observadora de su realidad circundante, una
amante de la música de lo cercano, capaz de emocionarse y de sufrir por lo que
puede llegar a ser parte de sí misma. Todo ello la configura como una inspirada
autora que, seguramente, tendrá in mente nuevas creaciones, nuevas reflexiones
e indagaciones en torno a todo ese mundo cruel que queramos o no rodea a la
poesía y a los poetas.
MARIO QUINTANA: “ABRO DE PAR EN PAR LAS VENTANAS”.
“INTENTA OLVIDARME (ANTOLOGÍA POÉTICA)”. COLECCIÓN ADONÁIS.
“INTENTA OLVIDARME (ANTOLOGÍA POÉTICA)”. COLECCIÓN ADONÁIS.
“El presente está solo”
escribe Jorge Luis Borges en “El instante” y el poeta brasileño Mario Quintana
advierte “Lo que no conseguimos olvidar/nos sigue sucediendo” en el libro
“Intenta olvidarme (Antología poética)” que en edición bilingüe con selección,
versión y prólogo de Enrique García-Máiquez, publica Ediciones Rialp como
número doble 664-665 de la Colección Adonáis (Madrid 2018).
Cuando llueve en el
Norte, igual que siempre, la poesía de Mario Quintana parece acariciarnos de
una manera especial. Considerado como uno de los poetas más apreciados del
Siglo XX brasileño este autor, nacido en Alegrete en 1906 y fallecido en Porto
Alegre en 1994, sus creaciones líricas se nos ofrecen como expresiones de una
sencillez conmovedora donde, fundamentalmente, la existencia aparece como el
verdadero testigo de deseos, costumbres y vivencias: ”Escribo junto a la
ventana abierta./Mi pluma es del color de las persianas,/verde. Y qué leves,
lindas filigranas/deja el sol en la página desierta”, así comienza su poema
“Cuadro” del libro “La calle de las veletas” (1940) donde advertimos no sólo
esas expresiones minuciosas del poeta sino, también, la muy acertada versión de
García-Máiquez que convierte los versos de Quintana en verdaderos poemas con el
más lírico acercamiento al castellano; no en vano ambas lenguas tuvieron una
importante itinerario común mientas se formaban las dos nacionalidades tras la
separación de Portugal de la Corona de Castilla. En “Circo” leemos “No escribo versos,
yo me los arranco/retorciendo mis huesos doloridos./La entrada es gratis para
conocidos;/para amadas reservo el primer banco.”.
Testigo literario de
gran parte del siglo XX brasileño los libros de Quintana se fueron publicando
durante más de 50 años. En esta antología de la Colección Adonáis tenemos
también los versos de “Velatorio sin difunto” que vio la luz en 1990 y que seis
años antes de su fallecimiento escribía en el poema titulado “Éste y el otro
lado”: “Tengo una gran curiosidad por el Otro Lado,/(¿Qué habrá al Otro Lado,
Dios mío?),/pero tampoco tengo tanta prisa/porque en este mundo hay panteras
bellas, nubes, bellas mujeres,/árboles de un verde pavorosamente ecológico,/ y
Allá-donde todo recomienza-/tal vez no llueva nunca/y entonces no se pueda uno
quedar en casa/con nostalgia de aquí”.
Divide su prólogo
García-Máiquez en tres partes. En la primera, denominada “El poeta”, resume la
vida Mario Quintana de quien dice que “Vivió una fotogénica bohemia, soltero,
de hotel en hotel, pero en su ciudad, sin viajar apenas”, con lo que nos
permite igualarle, de alguna manera, con el portugués Fernando Pessoa, aunque
éste, desgraciadamente, vivió muchos años y, tal vez, de manera un poco
desordenada, al menos en lo referente a su cuidado personal y a su propia
alimentación, recordando además que, Quintana, “Hizo cuentos y aforismos, tan
propios que se conocen como ´quintanares´, tan poéticos que los incluyó en su
poesía completa, aunque aquí nos ceñimos a su poesía en verso”. El segundo
apartado, “Los poemas” lo dedica el traductor a una sucinta crítica de la obra
del poeta brasileño y señala que “Quintana empezó a agrupar sus poemas por un
laxo orden de creación” y que en sus versos “es donde el poeta aparece como un
tierno inadaptado, incapaz de compromiso político, y vivamente interesado en la
muerte”. Referencias como ser admirado por Drummond de Andrade, Manuel Bandeira
y Cecilia Meireles o el hecho de haber sido estudiado por Tania Franco
Carvalhal quien afirma: “Es sorprendente cómo conviven en la poesía de M. Q.
elementos tan contradictorios como el dolor y la risa, la amargura y el humor,
la vida real y lo sobrenatural, el pasado y el presente”. “El autobiografismo-
escribe Máiquez- tiene un reflejo divertido y emocionante, pues el poeta
escribe tres poemarios de vejez y despedida, tres, como si Quintana no dejase
nunca de asombrarse, aprovechando su fructífera longevidad, de lo inagotable de
la poesía y de la belleza del mundo”. Al hablar de la versión, en la tercera
parte del prólogo, Máiquez habla de su trabajo y de la libertad con que ha
mostrado en castellano unos textos de los que, dice, desea ver publicada en
nuestra lengua la obra completa.
De “Canciones” (1946)
elegimos los versos de “Canción de la llovizna”, acorde con nuestros momentos
de relectura de estos poemas:
“Llueve sin saber por qué…/y todo fue siempre así./Parece que sufriré:/Pirulín, lulín, lulín…”. Son poemas delicados, etéreos, con esa libertad que imprime la naturaleza o la cercanía a los temas humanos: la primavera, el viento, las ventanas, el amor.
“Llueve sin saber por qué…/y todo fue siempre así./Parece que sufriré:/Pirulín, lulín, lulín…”. Son poemas delicados, etéreos, con esa libertad que imprime la naturaleza o la cercanía a los temas humanos: la primavera, el viento, las ventanas, el amor.
De “Zapato florecido” de
1948 tenemos un sencillo y significativo poema: (“Envejecer”: “Antes cualquier
camino iba/./Hoy todos vuelven./La casa es cómoda, los libros pocos./Y yo mismo
preparo té a los fantasmas”. Y “El aprendiz de hechicero” (1950) habla de
obsesiones, como la del Mar Océano, o evoca un delicado “Cántico”: “Vienes
precedida por los vuelos altos,/por la marcha lenta de las nubes”. Avanzamos
con “Espejo mágico” (1951) que contiene algunos de sus poemas cortos, casi esbozos
de una inspiración natural, vibraciones de momentos en los que el poeta
prescinde de la memoria y, amablemente, cuenta su propia experiencia de hombre
de mundo, como cuando escribe, por ejemplo “Conocer a los otros, y a uno, ver
el mal/con claridad, es-más que don-veneno./Es sufrir más que todos ; y, al
final,/sin el consuelo de haber sido bueno”.
La poesía de Mario
Quintana, en esta versión de cercanías, se nos antoja como la expresión de un
autor delicado, romántico, con buenas dosis de humor y cierta travesura
intelectual al llevar a sus poemas temas que podrían parecer intrascendentes
como algunos de “Apuntes de historia sobrenatural” (1976) por ejemplo el
denominado “Siesta antigua”: “La calleja lagarteando al sol./El quiosco de
música desierto/aumenta, aún más, el silencio./Ni un perro./Este
poemita,/brotado áspero y quebradizo, es/ lo único que sucede”. Esa sencillez,
es manera de enfrentarse a lo el poeta ve, siente, conoce, ejercita nos permite
reconocer su talante de autor moderado que podría no sentirse un creador
esforzado sino un moderado cantor de la naturaleza, como lo fueron el mismo
Pessoa, Antonio Machado, los Alberti, Neruda, Luis Rosales, etcétera. También
se habla de cierto paralelismo de la obra de Mario Quintana con la de la polaca
Wislawa Szymborska. Félix Grande dejó
escrito “La poesía: esta vieja costumbre de los seres humanos que conocen la
solemnidad del infortunio y que quieren compartir con sus contemporáneos ese
doble conocimiento”. Algo parecido podríamos decir de algunos de los versos de
Mario Quintana, de esa/su manera propia de enfrentarse realidades y de
transmitir sus ideas, temores, vivencias,
a través de unos líneas limpias, musicales, armónicas.
De “La vaca y el
hipogrifo” (1977) nos quedamos con “La construcción”: “Levantaron la Torre de
Babel/para escalar el cielo./Mas Dios no estaba allá./Estaba allí, entre ellos,
ayudando a construir la torre”. En “Escondrijos de tiempo” de 1980 leemos: “Los
poemas son pájaros que llegan/-no se sabe de dónde-/y se posan en el libro que
lees”. Y así el poeta va culminando todos los deseos, es decir, los de mirar al
horizonte y describirle, reflejar los afectos hacia el mundo circundante,
vivir. Tal vez lo consiguiera en ese “Baúl de asombros” (1986) con poemas
atrevidos, personales, realistas, acordes con el mundo que nos circunda: “En
este mundo de prodigios/y de la magia de Dios lleno,/lo que hay más
sobrenatural/son los ateos”.
Es claro el sentido del
humor, la capacidad de ironía, como adelantaba Máiquez, cuando tenemos su colección
de versos bajo un título memorable, o sea, “La pereza como método de trabajo”
de 1987: “Su culito/dejó en la arena/la forma exacta/de un corazón”, con lo que
aparecen esos síntomas de cierta travesura, de libertad adolescente, de un
rostro desenfado ante lo que nos rodea y, con ello, vemos que el poeta también
es un ser humano. “El porvenir ya existe-escribió Jorge Luis Borges-, pero yo
soy su amigo”. Seguramente en esa razonamiento se situaron algunos de los
poemas de Mario Quintana como los de “Preparativos de viaje” (1987): “…en medio
de este viaje,/muchas veces me paro en los espejos/y busco en vano mi perdida
imagen”, los de “El color de lo invisible” (1989) (“La luna marcha con el que
se marcha/y se queda con quien se queda/y/-pacientemente-/espera a los suicidas
en el fondo del pozo”).
Bueno está que la poesía
que se escribe en Brasil y Portugal pueda ser re-creada, transmitida al español
o castellano pues, hermanos al fin en el territorio ibérico, aquellos poetas
gozan de la misma, o similar, intuición lírica y de un entrañable sentido de la
realidad, donde se mezclan los sentimientos personales y los temores
universales: los del dolor y la muerte, los del amor y la vida. Y en esos
cauces se viene desarrollando la poesía, al menos la conocida en este libro, de
Mario Quintana, efectivamente, poco conocido en nuestro país aunque considerado
como de los poetas brasileños más importantes del siglo XX. Musicalidad, ritmo,
energía lírica y cierto tono adolescente, aparecen en mucho de sus versos, todo
lo que le configura como un creador en el cual la ternura aparece a cada paso y
cuyos poemas, además de sorprendernos, nos dejan el suave regusto de una
inspiración algo esforzada y distinguida, como si su profesión de poeta hubiera
sido lo más importante de toda su existencia.
Ya Máiquez señalaba que
en la obra de nuestro autor encontramos, al menos, ”tres poemarios de vejez y
despedida”. Así lo hemos leído en algunos de los poemas anteriores y, así,
sucede en el ya mencionado poemario “Velatorio sin difunto” donde aparece
cierto sentimiento religioso de Mario Quintana (“…qué miedo me daba Nuestro
Señor de los Pasos”), la capacidad de acercamiento a los demás, el amor (“Tú
eres el material de mis versos, querida”), su pequeñez ante la grandiosidad del
universo y el humano temor ante la eternidad: “La muerte es la cosa más antigua
del mundo/y la hora incierta llega en punto siempre./¿Qué importa al final?/Es
ahora la única sorpresa que nos queda”.
Manuel Quiroga Clérigo.
San Vicente de la
Barquera, 19 de Marzo de 2019. Llueve
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