sábado, 5 de marzo de 2022

De los riesgos que engendra el “entreguismo” en las relaciones internacionales


Víctor Morales Lezcano

        05.03.22.- Madrid.- La guerra que Rusia ha desencadenado, hace poco más de una semana, al invadir  y sitiar varios puntos fronterizos de la República de Ucrania invita a reflexionar sobre lo que se ha formulado desde tiempo inmemorial: los conflictos armados entre pueblos y naciones suelen desencadenarse porque ciertas lecciones de corte histórico y bélico no terminan de aprenderse para cumplirlas. Una de esas lecciones, algo así como el primer enunciado del aprendizaje correcto de esas lecciones, establece que, cuando las relaciones entre dos o varios Gobiernos y países entran en situación conflictiva, y uno de ellos viola ꟷviolentamenteꟷ los principios básicos del derecho internacional, solo procede cortar a tiempo y por lo sano los pasos dados por el agresor de turno; de lo contrario, ese agresor tiende, casi inexorablemente, tanto a crecerse en el despliegue de su violencia armada como a profundizar en la iniciativa bélica de partida.

Si paramos mientes en el comportamiento internacional de la Federación Rusa a lo largo de los últimos quince años del dicho mundo actual, por mucho que falle la memoria, no es fácil  olvidar que el presidente V. Putin y sus allegados empezaron su estrategia neoexpansionista apoyando las inclinaciones separatistas que venían urdiéndose en el seno de ciertas repúblicas como Georgia (independiente desde 1991), Osetia del Norte y  Abjasia. Este fue un primer paso de Rusia en su ensayo de recuperar las exfronteras de la poderosa URSS, sin que el siempre difícil equilibrio internacional y la paz negociada fueran defendidos a ultranza por las potencias y autoridades de turno. A partir de entonces, y ante la defección de la justicia internacional (carta de la ONU), el presidente Putin iría avanzando en la práctica de la estrategia consistente en devolver a Rusia buena parte de las fronteras que, desde el mar Báltico hasta el mar Negro, hicieran de ella, de nuevo, la superpotencia que fue hasta su derrota al final de la Guerra Fría (1947-1991). 

Años después del final de la Guerra Fría, recuérdese que considerables contingentes armados de Rusia emprendieron también la anexión de la península de Crimea, territorio de soberanía ucraniana, aunque de población mayoritariamente tártara. Sin embargo, y a pesar de las sanciones que entonces se aplicaron al Kremlin por la apropiación territorial de Crimea, el sistema internacional de raigambre onusina no quiso ver que, de nuevo, la añoranza sovietista de que Rusia había emprendido una ruta de anexiones rápida y violenta en dirección al mar Negro. La “comprensiva” jurisprudencia que venía gobernando el comportamiento de las autoridades internacionales conduciría más desafiantemente a la reincidencia neoexpansionista de la Federación Rusa hacia las provincias autónomas de Donetsk y Lugansk, dentro ya de la República de Ucrania.

Puede afirmarse, pues, que ante la “tibieza” de las comedidas reacciones institucionales y de la opinión pública euro-americanas e internacionales, el presidente Putin proseguía, por etapas, avanzando en dirección al objetivo crucial: el sometimiento manu militari de la codiciada Ucrania. El timorato entreguismo, ante un país agresor (Alemania) de otra soberanía nacional (la checoslovaca) (Munich, 1938), ha venido mostrando en precedentes coyunturas críticas en que el sistema internacional de turno (Sociedad de Naciones; Carta de la ONU) reincide regularmente en su reiterado cigüeñismo que todavía no se ha incorporado ni al manual ni a la praxis política internacional, el principio que aconseja el corte radical a tiempo de los procedimientos agresivos de unos pueblos contra otros. Parece evidente que, sin ejecutar drásticas actuaciones de este género, se corre el riesgo de perpetuar, en el reñidero mundial, la prevalencia del conflicto bélico sobre la paz negociada por todas las naciones del mundo en los foros discrecionales, cuando el casus belli desatado por una potencia unilateral y violentamente pone en peligroso riesgo la conquista diplomática y política de la paz negociada.

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