Julia Sáez-Angulo
23.03.09 .- Zaragoza .- Eduardo Laborda e Iris Lázaro son un matrimonio de pintores, a la cabeza del arte figurativo con toques oníricos o fantásticos. Coleccionistas de antigüeadades “desde siempre”, han rescatado de anticuarios, brocanters y ropavejeros: ricos textiles del XVII al XX; preciosos maniquíes de los años 40 y 50; placas, carteles y anuncios publicitarios de tiendas y almacenes de la primera mitad del XX; botellas y vasijas de todos los tiempos; juguetes, en especial viejas muñecas con algunas Mariquita Pérez; cerámicas; azulejos; muebles modernistas o decó popular; pintura de dignos autores del XIX que habían quedado en el olvido; tallas de siglos diversos... Su casa es el paraíso de las antigüedades y muchas de ellas se cuelan por amor y necesidad en la pintura de sus cuadros. Ellos han logrado la mejor amalgama que se puede lograr entre las antigüedades y su representación ilusionística en la pintura.
Viven en Zaragoza y son miembros fundadores y activos de APUDEPA (Asociación Pública para la defensa del Patrimonio Aragonés), que otorga a su manera los premios naranja y limón para los que defienden o destruyen la riqueza artística del pasado. Los galardones suelen recaer casi siempre como en la última edición: el naranja para la iniciativa privada, a unos ingleses que han restaurado con respeto un castillo cercano a la capital del Ebro y el limón, para las instituciones públicas que han cometido un nuevo desaguisado arquitectónico. Todo esto conlleva y trabajo y desgaste que asumen: escritos, protestas, manifestaciones... Un coste político, popular y mediático no siempre compartido por todos en la sociedad aragonesa. A la vista de la experiencia son conscientes de que el patrimonio histórico artístico tiene que estar velado por el interés de la sociedad civil; dejarlo sólo en manos de los políticos es arriesgarse a la especulación y los desmanes.
Iris Lázaro y Eduardo Laborda
Rico mundo de los textiles en los cuadros
Iris Lázaro (Trévago.Soria, 1958) se considera ya aragonesa –sin perder sus raíces- por el tiempo que lleva viviendo en Zaragoza donde estudió Artes Plásticas. Acaba de exponer una retrospectiva de quince años en el espacio cultural Gaya Nuño de Caja Duero en Soria. En ella se han visto sus cuadros con asombrosos textiles inflados que dan cuenta de ausentes presencias del pasado. De familia de modistas y bordadoras, la pintora ha guardado labores primorosas en manteles, ropas de cama, blusas, pololos, faldas, corpiños, pecheras, cuellos, sombreros... a los que ha sumado los adquiridos posteriormente. Un auténtico dechado de perfecciones.
“Unas son piezas de familia y otras adquiridas en anticuarios o ropavejeros, a veces en condiciones lamentables, pero he llegado a punto para salvarlos”, declara. Cuando las piezas se encuentran así, te las venden a buen precio y eso siempre es estimulante. “Muchas veces es Eduardo el que las descubre y me avisa para que vaya a verlas. Con frecuencia me encuentro con valiosas sorpresas que compro en medio de la ignorancia de quien las vende, pero otras veces se trata de una salvación in extremis”. Iris muestra igualmente trajes de alta costura, bien cortados y rematados, de los años 40, enviados desde México a España en los años de posguerra con tantas carencias en la península. Tienen un fuerte poder evocador de la estética en la indumentaria de aquel momento. “Estos trajes son de familia”, explica.
“Dama del Bhethnal Green Museum” (180 x 81 cm.) es un óleo que reproduce en gran escala y a cuerpo entero, un vestido rojo con cola, tontillo y gran lazo trasero. “Jardín” es otro cuadro que representa el paseo de una silueta femenina vacía y vestida con una blusa azul petróleo ornada con entredós blanco, sobre una falda larga blanca, recogida bajo la cintura. “Aeronauta”, otro cuadro que vuelve a tomar la misma blusa azul con largos pololos blancos plisados y bordados. Inquietante resulta un cuadro titulado “El guardián del desierto” con vestimentas esponjadas de blusa rosa, pololo blanco y fajín verde sobre un paisaje pétreo en un atardecer rosado. Capítulo aparte merecen los cuadros con sus textiles de rayas marineras con sobrefaldas y gorros.
Todas las prendas existen en los armarios de Iris Lázaro que las orea y conserva porque conoce la fragilidad de los textiles. Curiosamente no titula sus cuadros con ellas sino que va más allá en el concepto, como en el cuadro “Atenea” (1992) en el que pone nombre de una diosa a la maniquí de los 40 que lleva la ropa, lo mismo que en “Aguanieve” (1995).
El capítulo de los azulejos y las cerámicas con rótulos publicitarios ha sido otra constante en sus series pictóricas. Conservar los viejos anuncios de tiendas o productos que esperan su deterioro o demolición ha sido un deseo de Iris Lázaro. Así lo ponen de manifiesto cuadros como “Gráfica maraña” (1990), “Arrecife del sur” (1991), “Camino de los Cubos” o “Cerámica de Talavera” (1994). La naturaleza salvaje o enmarañada suele dialogar pictóricamente con los azulejos cerámicos representados en una lucha por ocupar el espacio.
La última etapa de Iris Lázaro –expuesta también en Soria- resulta más metafísica. Se centra en paisajes frondosos en la espesura de un bosque o envuelto en la niebla. Es como si la pintora se hubiera acercado al espíritu del romántico alemán Friedrich. El coleccionista sueco, Christian Tornakull, adquirió el cuadro “Tierra del viento del norte” para exponerlo en la colección de la ciudad de Lund.
La pintora ha expuesto también grabados al aguafuerte o a punta seca en blanco y negro, inspirados en la naturaleza y recientemente ha completado la pintura mural del gran salón de actos en Cajalón (Zaragoza) con figuras alegóricas.
Obra de Laborda
Representación de monumentos y alegorías de la ciudad
Eduardo Laborda, por su parte, ha puesto su atención en las viejas estatuas de corte clásico o barroco como un nuevo Polifilo, el personaje del Renacimiento que paseaba en las noches de luna por los jardines y parques para besar las bocas de golondrina de las esculturas que los ornamentaban. Como a Miguel Ángel, le gusta la estética de la ruina o el fragmento y, con viejas estatuas, ha construido una gran trilogía alegórica de las tres provincias aragonesas –Zaragoza, Huesca y Teruel- atesoradas por un mismo coleccionista. Recientemente, el pintor ha tenido su gran exposición antológica en Cajalón, entidad financiera que cuenta con una buena colección de cuadros de Eduardo Laborda.
“Me gusta la pintura del XIX por el dominio y la maestría de técnica que tiene. Es una pintura que requiere tal perfección en el dibujo y en el color que no deja de asombrarme, incluso en nombres menos conocidos que no han trascendido a la fama historiográfica”, explica Laborda. La mitología clásica a través de la estatuaria, mezclada en una segunda época con maquinaria o artilugios industriales o mecanicistas ha sido tema habitual de sus cuadros. Pasado y presente; mito y realidad; vanitas... el tiempo en definitiva. “El enigma de la esfinge” (1990) y “Guardianes del tiempo” (1991) hablan con elocuencia del trasunto pictórico.
“Fin de siglo” (2000) acoge en el lienzo la figura pétrea de la esfinge junto a artilugios herrumbrosos de aperos agrícolas o fragmentos de vehículos obsoletos. De nuevo la alegoría del tiempo que dinamiza con el título. Alegoría como rareza en el presente y consecuente con la posmodernidad, que Laborda afronta con gusto y firmeza. Él es un artista que hace y pinta lo que quiere hacer.
“Entre las máquinas representadas junto a las estatuas hay algunas curiosas fotocopiadoras de los años 30 y 40. Muy especial, la que reproduce documentos que se encuentra a la izquierda de una barca”, explica Laborda.
Iris ante una de sus obras
Un excelente museo etnográfico y antropológico
Hay otras antigüedades de la colección que también entran en sus cuadros: el titulado “Jarrón clásico” (1995) que acoge de nuevo esfinges en las asas del gran florero y que ocupa un poderoso primer plano con una ciudad perdida al fondo. “Se trata de una gran ánfora de calamina de primeros del XX adquirida en Zaragoza. La compré porque sus asas eran dos esfinges aladas que se asomaban a la boca del recipiente y en aquella época yo pintaba numerosas esfinges”, explica el pintor. La esfinge es el personaje mítico, mitad mujer, mitad pájaro, de gran capacidad de sugerencia por su inteligencia y crueldad.
“La santa relicario del siglo XVII que tenemos en casa, la he pintado en varias ocasiones porque su presencia da vida a un personaje del pasado que convive con un paisaje actual o con otros elementos encontrados. También he incluido en mis cuadros la escultura “El mar” (1922) del gerundense Fidel Aguilar, que a su vez viene en un anuario de José Francés. Esta pieza la compré en el Rastro madrileño”, cuenta el artista.
Antigüedades y pintura; pintura de antigüedades, sólo podría darse en la casa y el estudio de dos pintores tan singulares como Iris Lázaro y Eduardo Laborda.
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