¡Que Viva México! (10 ) Hacia los Mochis
Por Antonio Ayllón Arquero
De Angangueo
tardamos una hora en ir a Ciudad Hidalgo en una "combi" local y otras
dos horas en autocar para llegar a la muy señorial Morelia, la primera de las
tres bellas ciudades que, junto a Pátzcuaro y Uruapan, visitaremos en el
interior del estado de Michoacán.
"Morelia de mis amores", como así se anuncia, es otra ciudad colonial con un hermoso centro histórico bien conservado y declarado Patrimonio Mundial en 1991. Pero, al igual que nos ha pasado ya últimamente, en los dos días que estuvimos aquí el número de turistas brilló también por su ausencia. A muy pocos nos hemos encontrado mientras deambulábamos por sus calles y monumentos siguiendo las diferentes rutas indicadas en el mapa de la ciudad que nos proporcionó la Oficina de Turismo y que detalla hasta 46 monumentos artísticos.
Empezamos,
claro está, por la majestuosa Catedral que domina la hermosa Plaza de Armas y
que tardó más de un siglo en construirse, por lo que mezcla estilos barroco,
herreriano y neoclásico. Es muy bello el exterior y muy elegante el interior,
que ha sido víctima de múltiples saqueos y destrucciones de sus tesoros
artísticos, pero que está decorado con numerosos retablos barrocos y
neoclásicos, y en el que destaca la venerada escultura del Señor de la
Sacristía con su corona de oro.
A la
catedral le van muy bien los siguientes versos de Sor Juana Inés de la Cruz:
"Luego solo hace a la vista
novedad este edificio:
que para Dios se labró
desde que labrarse quiso"
Y seguimos
-entre lo que más nos gustó- por el barroco Templo de Santa Rosa, aquí al lado
de nuestro hotel, con tres magníficos retablos churriguerescos cubiertos
totalmente con pan de oro y pinturas barrocas al óleo del siglo XVII. Aquí nos
encontramos con dos híspidas españolas que venían de Pátzcuaro con un guía para
ellas solitas y con las que fue imposible entablar ni la más mínima
conversación.
Igualmente hermoso pero muy "psicodélico" es La Guadalupita, un santuario barroco dedicado a la Virgen de Guadalupe, cuyo interior, magníficamente decorado en 1915, parece más un templo indio con paredes rojas y rosas, todo cubierto de oro. Tiene cuatro enormes murales y un Cristo retorcido.
Palacio Clavijero
Dignos también de citar son el Palacio Clavijero, originalmente sede del Colegio de los Jesuítas, con su magnífico patio interior, enormes columnas y murales; el Museo de Arte Colonial con unos 60 ó 70 Cristos en madera policromada elaborados con pasta de caña de maíz y entre los que sorprende encontrar un Cristo de 4 clavos (2 en los pies separados) y otros 2 ó 3 Cristos con las costillas al descubierto "para mostrar el tormento al que fue sometido Jesús"; la Fuente de las Tarascas, representando a tres mujeres indígenas; el Acueducto barroco de 253 arcos, construido en 1875 para traer agua a la ciudad; la bella Calzada Fray Antonio de San Miguel, por la que paseamos; y la bella fachada del Templo de las Monjas.
También nos dio tiempo de asistir a un buen concierto de los famosos Niños Cantores de Morelia en el Conservatorio de las Rosas, en el que interpretaron 12 piezas (villancicos, cantos, plegarias) de compositores mejicanos.
De Morelia a Pátzcuaro tardamos sólo una hora. Pátzcuaro, Pueblo Mágico, centro y raíz del Imperio Purépecha y lugar de recreo de la nobleza indígina prehispánica, tuvo gran importancia también desde la llegada de los españoles. Su nombre significa "La Puerta del Cielo" y es una ciudad famosa por su belleza colonial y sus calles empedradas -que nos recordó a Antigua-, con sus casas bien conservadas de una sola planta pintadas todas de blanco por arriba y de color tierra por abajo. Su atractivo centro histórico gira alrededor de las dos plazas -La Grande y la Chica-, de su Basílica y de sus viejas iglesias. Y su rica historia tiene como protagonistas a tres personajes: el español bueno, el español malo y la heroína local.
Empecemos por "el español malo". El bárbaro conquistador Nuño de Guzmán llegó por estas tierras en 1529 sediento de sangre y oro, quemó vivo al jefe purépecha y, desde 1529 hasta 1536 torturó, mató y brutalizó a cuantos indígenas pudo. Cuando sus fechorías fueron conocidas lo mandaron arrestar y fue encarcelado de por vida en España en 1538. El Gobierno español mandó entonces, para intentar arreglar la situación, al obispo Vasco de Quiroga, "el español bueno".
Este Quiroga era todo un carácter. A sus 60 años desembarcó en Veracruz y con 66 (en 1536) fue nombrado obispo de Michoacán. Fundó cooperativas indígenas basadas en los ideales de Tomás Moro y fomentó la educación y autosuficiencia agrícola de los pueblos purépechas de esta región, haciendo que todos sus habitantes contribuyeran lo mismo a la comunidad. Y empezó a construir, en una colina aquí en Pátzcuaro, la bella Basílica de Nuestra Señora de la Salud, que no fue terminada hasta el siglo XIX. En el epifatio de Don Vasco se lee lo siguiente: "Consagrado al bienestar temporal y espiritual de su feligresía y por el gran amor que tus hijos te tienen sigue, como buen Tata que eres, velando por ellos desde lo alto". Fundó también aquí el Colegio de San Nicolás, que pasa por ser la primera Universidad de América, y se esforzó para que cada poblado indígena desarrollara artesanías propias -máscaras, guitarras, cerámica...- que todavía perduran en nuestros días. Los tarascos le llaman cariñosamente el Tata Vasco y su nombre aparece por todas partes en las calles, plazas, hoteles y restaurantes de esta región. Murió a los 95 años, que ya era una edad muy respetable para aquellos años.
Y, finalmente, la heroína local, que perdió en los aciagos días de la lucha por la Independencia a su marido y a su hijo en la contienda y ella misma ofrendó su propia vida. En un tronco de la Plaza Grande de Pátzcuaro está escrito: "Al pie de este añoso árbol fue fusilada Doña Gertrudis Bocanegra el 11 de octubre de 1817 por los enemigos de la Independencia". La biblioteca que lleva su nombre, y que se ubica en el interior de la Iglesia de San Agustín, no pudimos visitarla al permanecer cerrada los tres días que estuvimos en la ciudad.
Lo que sí vimos fue la magnífica Casa de los Once Patios, un antiguo convento de las monjas dominicanas del siglo XVIII con bellos patios y arcos góticos, y hasta con un baño hexagonal barroco en piedra del s. XVI. La Casa alberga actualmente talleres y tiendas de artesanías típicas (herrería artística, mantelería, figuras de madera, telares rústicos, lacas finas perfiladas con hojas de oro de 23,5 kilates, etc.).
Fuera de la ciudad nos fuimos a ver el Lago de Pátzcuaro y en una lancha llamada Julieta, con unos 100 turistas mejicanos (era domingo) y una banda de mariachis a bordo, llegamos en media hora a la isla Janitzio. Subimos y subimos por las escaleras de sus empinadas calles -la isla está encima de un peñasco- hasta llegar al cementerio, a un mirador y al monumento dedicado al héroe local de la Independencia Jose María Morelos: una colosal estatua de hormigón de 45 metros de altura y 56 murales en sus paredes interiores que narran episodios claves de su vida. La escalera interior de caracol te lleva hasta el puño levantado en alto del cura Morelos, desde donde las vistas del lago, de sus islas y de las montañas circundantes son espectaculares, pero en el que no se puede estar mucho tiempo por lo pequeño e incómodo que resulta este mirador. Morelos es, según uno de los murales, "el más extraordinario de los caudillos que produjo la Revolución Mejicana de la Independencia ya que no hay carácter más firme ni abnegación más interesada que los suyos. Además rubricó su fin -fue apresado y fusilado por las tropas españolas- con un pensamiento sublime: Morir es nada si por la Patria se muere". Hay que decir que la ciudad de Morelia se llama así en su honor. Copié también una coplilla fantástica en uno de estos murales. Decía que, antes de entrar en combate los músicos alentaban a los soldados cantando así:
Rema, nenita rema,
rema y vamos remando
que nos vienen alcanzando.
Por un cabo doy dos reales,
por un sargento un doblón,
por mi General Morelos
doy todo mi corazón.
Al bajar del monumento nos regalamos unos "charalitos dorados" (una especie de boquerones fritos) y más tarde comimos pescaíto frito en un restaurante al lado del lago. Por la tarde visitamos uno de los pueblos costeros-Tzintzuntzan- para ver sus artesanías, el convento franciscano del XVI, su amplio atrio con olivos plantados por el Tata Vasco que son los más antiguos de América y la iglesia de Nª Sª de la Salud, que contiene un Cristo con la cara vendada y colocado en una caja de cristal. Al lado había "agua bendita apta para beber" y un chamán poniendo una corona de plata en la cabeza de los fieles mientras musitaba oraciones y hacía sonar una campanilla.
Y de Pátzcuaro llegamos a Uruapan (pronúnciese con acento en la primera "a") en otra hora. La "capital mundial del aguacate" -así llamada por las enormes cantidades (dos cosechas al año) y gran calidad de este producto en sus tierras- sólo tiene dos joyas que ofrecer al turista.
Una es el incomparable Parque Nacional Barranca de Cupatitzio, a escamente un kilómetro del centro de la ciudad. Paseamos durante una hora de ida (y otra de vuelta) por calzadas empedradas, atravesamos los puentes del parque y admiramos sus hermosas fuentes y cascadas en medio de una exuberante vegetación. Elegimos subir por la margen izquierda del río Cupatitzio hasta llegar a su nacimiento, un manantial grande cuya agua emana de la montaña. Es la famosa Rodilla del Diablo. Allí se lee que Fray Juan de Miguel -el primer monje español que llegó por aquí en 1533- reunió a todos en el punto que nace el río, donde en medio de oraciones y con la frase: "En nombre del Sacro Universo te conjuro demonio perverso a que te retires", provocó que se suscitara un estruendo ensordecedor y se extendiera un olor fétido entre los presentes. Al disiparse el humo, todos pudieron observar que el agua comenzó a brotar y en una roca quedó la huella de la rodilla del diablo, que continúa visible hasta la fecha".
En el camino de vuelta pasamos por la granja trutícola, que tiene 12 piscinas llenas de truchas y buenas corrientes de agua. No compramos ninguna (a 50 pesitos el kilo) pero sí vimos cómo los chicos de allí les tiraban comida (que también te venden a 5 pesos la bolsa) para verlas pelearse entre ellas por el preciado manjar revoloteando ante nuestros ojos. También vimos a un "clavadista" tirarse desde un puente hasta el río para recolectar después una propina entre los curiosos asistentes.
La segunda joya es algo increíble e inaudito. ¡Las ruinas de San Juan Parangaricuturo! con el anticipo de la subida al Volcán Paracutín. Fue una excursión inolvidable.
Salimos hacia las 8 de Uruapan. Un autobús hasta la terminal y un 2ª clase hasta Angahuan, el pueblito (3.000 habitantes) más cercano al "volcan más joven del mundo": el Paricutín. Este malvado Paricutín empezó a temblar y a echar lava en 1943 y no paró hasta 1952. En un año ya tenía una altura de 400 metros y sepultó los dos pueblos cercanos, aunque dio tiempo a que todos sus habitantes escaparan. Hoy en día parece inactivo, así que para allá nos fuimos.
Al bajarnos en Angahuan ya esperaban guías con caballos. No hay forma de llegar a la base del volcán si no es a caballo (aunque alguien nos contó que ya se hace en un 4x4) y ello significa hacer los 14 km de ida y vuelta en una insufrible silla de madera. Primero tuvimos que acordar el precio hasta conseguir rebajarlo a la mitad. Y ello, principalmente, porque no hay turistas. Pero ni uno. Podemos asegurar que la inolvidable -para nosotros al menos- excursión a la cima del volcán y a las ruinas del templo la hicimos nosotros solos ese día. Ningún otro turista, ni extranjero ni mejicano, apareció por aquí. A caballo se tarda menos que andando, pero ambas opciones son algo absurdas. Andando es muy duro porque la mayor parte del tiempo el camino está lleno de ceniza volcánica sobre la que es difícil caminar y a caballo es una auténtica tortura. Así que no hubo más remedio que combinar ambos métodos. Y para colmo, Nati iba en una yegua y yo en un caballo, y éste se encelaba con la yegua y quería pasarla para ser el primero (el guía iba detrás montado en su caballo), lo que en los tramos estrechos, empinados y con grandes piedras era peligroso. Sin olvidar las ramas de los árboles que pueden herirte la cara al pasar. A medio camino -íbamos bordeando las enormes rocas negruzcas de lava que dejó el volcán- leímos en un letrero: "Aquí quedó sepultado el pueblo de San Salvador a 30 metros bajo la lava".
En fin, llegamos a la base del volcán, el guía puso los caballos a la sombra de unos árboles que por allí había y se sentó, no sin antes decirnos que la subida era en zig-zag alrededor de la ladera y la bajada en picado por la ceniza. Tardamos una hora en llegar arriba por la gran dificultad que tenía pisar sobre piedras y ceniza, parando para descansar y mirar atónitos el panorama. Si éste era hermoso subiendo, imaginaros al llegar a la cima y ver el enorme cráter, las fumarolas y todo calcinado alrededor. Dimos la vuelta a todo el cráter extasiados ante el mar de lava a nuestros pies en 360º y bajamos.
Si la subida, entre piedras y más piedras, es dura, la bajada es casi para niños. Se trata de correr, saltar y deslizarse por la ceniza volcánica, aunque te cubre hasta la rodilla. No tardamos ni diez minutos cubiertos de ceniza hasta las cejas.
Volvimos a los caballos y unas dos horas interminables después llegamos a donde estaba la Iglesia de San Juan. Comimos algo en el tenderete de allí, preguntamos si había llegado alguien antes con respuesta negativa y nos dispusimos a adentrarnos, entre enormes pedruscos de lava solidificada, en lo que queda de iglesia. Sólo una torre y el altar es lo que queda intacto. Se entiende, hasta cierto punto, que la torre de bloques de piedra no la derrumbara la lava -de la otra torre sólo queda la base inferior-, pero lo del altar es un milagro. Y así está escrito: "Ruinas de San Juan Parangaricutiro. Aquí fue el altar del Señor de los Milagros. El volcán Paricutín lo respetó y no pudo destruir".
Si dar la vuelta al cráter caminando por su cima había sido algo inolvidable, lo del altar resultó ser lo más insólito e increíble que hemos visto en nuestra vida, porque es que no falta ni medio metro para que la lava llegue al altar. Y no un poquito de lava, sino gigantescas rocas, de unos 10 metros de altura, que lo rodean por completo y que no llegan a él. El volcán destruyó toda la parte central rectangular del templo y dejó intacto este altar del fondo que, cuando llegamos, estaba lleno de flores y coloridas ofrendas que dejan los lugareños. ¿Cómo es posible que el altar esté rodeado por todos lados de un montón de enormes rocas volcánicas y no quedara sepultado?
Asombrados nos montamos de nuevo en los caballos para llegar, malheridos y una hora después, a Angahuan. Le dimos una propina al guía, visitamos la iglesia del pueblo del siglo XVI que tiene una buena fachada morisca y volvimos a Uruapan.
De aquí nos dirigimos a Guadalajara, previo paso por Zamora para cambiar de autocar, en un largo viaje que duró unas 8 horas.
Guadalajara en un llano, Méjico en una llanura
Guadalajara en un llano, Méjico en una llanura
me he de comer esa tuna, cantaba Jorge Negrete.
En la "monstruosa" capital del estado de Jalisco (4 millones en la zona metropolitana y 3 más en sus barrios adyacentes) estuvimos dos días reponiéndonos porque, aparte de apreciar la magnífica arquitectura de su centro histórico, poco más se puede hacer en la tierra del tequila y del mariachi. Visitamos varias veces su monumental Catedral, que mezcla influencias barrocas, neoclásicas y churriguerescas, le dimos unas cuantas vueltas a las 4 plazas que la rodean, admiramos el sobrio clasicismo del Teatro Degollado donde toca ahora la Filarmónica de Jalisco (viernes y domingos, entradas de 100 a 200 pesos), intentamos comer en el famoso restaurante La Chata aunque desistimos por la cola y los precios que había, nos paseamos por la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres viendo sus estatuas, no entramos en el Instituto Cultural Cabañas como protesta por haber subido la entrada 7 veces con respecto a 2008, desayunamos y comimos en el enorme Mercado San Juan de Dios que estaba al lado de nuestro hotel, fuimos a ver las iglesias más importantes como la de San Francisco con sus altares y capillas doradas y la bella fachada del Templo Aranzazú (las dos veces que pasamos por allí estaba cerrado), pasamos una y otra vez por la enorme Plaza Tapatía peatonal, y nos pasamos más de una hora recorriendo el imponente Palacio del Gobierno y su museo. Aquí nos impresionaron los cuatro "apabullantes" murales de José Clemente Orozco, el gran muralista de la vanguardia mejicana. En el primero, que cubre todo el techo de la escalinata principal, el héroe mejicano Miguel Hidalgo empuña una tea amarilla en su puño mientras, a sus pies, luchan las masas. Los otros dos gigantescos murales a los lados se titulan "El Circo Político" y "Las Fuerzas Negativas", y el cuarto en el Congreso retrata a un montón de históricos prohombres mejicanos.
El museo explica muy bien la construcción del edificio. Señalemos, como anécdota, que fueron tantos los gastos que hubo que obtener ingresos extraordinarios para concluirlo, por lo que se aplicó un impuesto a la compra-venta del tequila, tomándose además otra medida: la vagancia fue declarada delito y las personas detenidas por incurrir en esta falta eran obligadas a trabajar en la construcción del palacio sin remuneración durante 6 meses. ¿Qué os parece?
Antes de abandonar a los "tapatíos" pudimos asistir a dos conciertos: uno de flauta y piano con obras de Schubert, Gaubert y Reinecke, y otro de la Joven Orquesta Sinfónica del Departamento de Música de la Univ. de Guadalajara dirigida por Jorge Rivero.
Y de Guadalajara, otro maratón de 8 horas para llegar hasta Mazatlán, un Cancún pero más pequeño. Es uno de los destinos turísticos más atractivos de Méjico por sus playas, sol y mar. Pero, ¡ay amigo!, cómo se nota que estamos ya más cerca del "Imperio". Mayores precios y presencia de gringos viejos por aquí y por allá dejando propinas desorbitadas. Viven aquí, me imagino temporalmente, con sus espléndidas pensiones y, claro, tiran de los precios hacia arriba. La ciudad combina un buen centro histórico colonial con 20 kilómetros de playas y malecones a corta distancia. Nuestro hotel, por ejemplo, estaba a 5 minutos andando del Paseo Claussen y de la Playa Norte. Nos pareció, incluso, más ameno y menos masificado (¡y estamos casi en Semana Santa!) que Acapulco. Hay tan solo 5 ó 6 rascacielos en la Zona Turística (o Zona Dorada, como la llaman), la concha es igual de bella -una línea recta con dos círculos a los lados-, el malecón es bonito con tres magníficas islas en lontananza y vegetación en la playa pero, eso sí, con unas olas típicas del Pacífico que te tiran para atrás y te meten en el mar en cuanto te descuides. ¡Ah, y con unas puestas de sol increíbles! Y huele a mar, a pescado, en cuanto te acercas al malecón.
Claro que hablamos del viejo Mazatlán, con su catedral completamente restaurada. "Ojalá sigan acomodándola para que se embellezca aún más", nos dijo una fiel devota cuando le preguntamos por los recientes trabajos de restauración y es que, en nuestra opinión, han hecho una tontería: la han pintado a rectángulos con varias tonalidades de grises que la hacen muy atractiva pero la han emplastizado sobre la piedra y hay ya zonas con desconchones porque el empaste no agarra.
También hablamos de su hermosa Plaza Manuela, donde por la mañana una norteamericana ya muy mayor trabaja de voluntaria para orientar a los turistas y nos dio mapas e información, y por la tarde una escritora local- Aleyda Rojo- tuvo la amabilidad de regalarnos su último libro al acercarnos con curiosidad al tenderete de libros que estaba vendiendo, después de mantener una fructífera conversación en la que salió a relucir hasta "La Fiera Literaria" y el "Canon Heterodoxo" de Antonio Enrique.
Hablamos del "Buzón Cívico" en la plaza con una placa en la que se lee:
Ideas o Quejas del Pueblo a la Autoridad Municipal
Al ser escuchado, el ciudadano fortalece la ilusión y la esperanza en el mejoramiento colectivo, el amor sincero y la devoción a la Patria (Ayuntamiento de Mazatlán, 1957-1959).
Y del Hotel Belmar, en el que al final no nos alojamos, el primero de la ciudad en ubicarse frente al mar, con su patio andaluz y sus serpientes ilamacoas que tenían residencia permanente en sus jardines y bodegas, y cuya función era mantener libre de roedores el edificio. Hasta preguntamos en recepción cuál era la habitación a la que solía venir siempre John Wayne y nos señalaron una en el piso superior con vistas al mar.
Y de la cita de D.H. Lawrence, que encontramos escrita en una placa de una casa ahora en venta y que decía: "Mazatlán es como las Islas del Mar del Sur: remoto, suave y sensual. Me imagino yendo al medio del Pacífico a morir". Y del magnífico Museo de Conchas y Caracolas (Sea Shell City), que es también una enorme tienda cerca de la Playa de las Gaviotas, y en donde compramos tres "conchitas" más para nuestra colección.
Y, por último, hablamos de la frase en los pasquines del PT (Partido del Trabajo) de aquí: "El que no sirve para servir, no sirve para vivir", que deberían tener en cuenta todos los políticos del mundo mundial.
Unas 6 horas tardamos ayer, Lunes Santo, en recorrer los más de 400 km que separan Mazatlán de Los Mochis, en un 2ª de Autotransportes Unidos de Sinaloa que parecía un 1ª y por autopistas de pago y buenas carreteras rectas, con el Pacífico a la izquierda y la Sierra Madre Occidental a la derecha muy a lo lejos. Desde aquí nos dirigimos a hacer la Barranca del Cobre, si es que no hay problemas con el "trenecito" porque, lamentablemente, estamos en Semana Santa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario