Julia
Sáez-Angulo
El autor italiano Alessandro Baricco es un gran escritor, un excelente
narrador; su novela Seda, magníficamente
escrita fue un best-seller
internacional que se sigue reeditando. Pero su obra Novecento parece más bien un calco de la obra de Julio Cortázar El perseguidor (1976). Sólo cambia el
instrumento del músico; en la obra del argentino es el saxo, en la del
italiano, el piano. La obsesión de la perfección es la misma; la extravagancia
del personaje, idéntica; un amigo cuenta la vida de otro amigo. Las circunstancias son lo de menos.
En
versión y dirección de Raúl Fuertes, Novecento
ha sido llevado al Teatro
Español, sala pequeña, en un largo monólogo narrador, donde se cuenta la
historia del pianista, pero se hace poco teatro de interrelación por lo que
pesa excesivamente la narratividad, pese a la buena interpretación de Miguel
Rellán, que hace de trompetista sin trompeta en el escenario, pese a la foto
del folleto/programa.
Raúl
Fuertes alude a la necesidad de contar y que nos cuenten historias. Sherezade
es la cristalización del mito narrador, pero el teatro es otra cosa, va más
allá del contar una historia para vivirla casi en vivo. Los monólogos son
interesantes, ahí están los clásicos como Diario
de un loco, de Nicolás Gogol, pero la historia de Baricco es demasiado
narrativa. Pesa la novela.
Miguel
Rellán hace lo que puede con su personaje evocador. Aparece en escena con su
traje arrugado y sus zapatos polvorientos. A partir de ahí es una cascada de
palabras narrativas, narradoras, acompañadas de los mejores gestos posibles,
pero son palabras que cuentan, no que se viven, por más que el actor ponga lo
mejor de si mismo, sin caer nunca en el histrionismo.
Quizás
la traducción adolece de ciertas vulgaridades o repeticiones puntuales en algunas palabras. Se dice demasiadas veces
la palabra “gilipolleces”, que desagrada por su repetición. Podía haberla
alternado con “estupideces”, que apenas aparece. En fin, esto es lo de menos.
Los
monólogos son siempre interesantes, un reto, pero no deben de pasar nunca de
una hora, pues acaban pesando, máxime cuando el actor apenas varía de posición y
espacio. El teatro de la palabra es un gozo, siempre que sea teatro,
dramaturgia viva y al menos dialogada.
En
tiempos de crisis, los teatros ahorran actores, pero simplemente un diálogo que
dé la réplica recíproca, se agradece.
Miguel
Rellán fue aplaudido con pasión en la tarde del domingo, 1 de junio.
Ciertamente despertó gran admiración en el público de media entrada en la sala.
No hay comentarios:
Publicar un comentario