Julia Sáez-Angulo
Madrid,
14 de febrero de 2016 .- Las reinas transmitían la dinastía real desde su
vientre, pero cuando no eran bien atendidas por sus esposos, algunas de ellas
buscaron consuelo en caballeros de la Corte que satisfacían sus anhelos o
sencillamente fueron infieles a su rey y consorte, porque el amor o la pasión
podía con ellas.
De todo
esto habla el libro de la historiadora María Pilar Queralt del Hierro (Barcelona, 1954) en el
libro Los caballeros de la Reina, publicado
por la editorial Edaf. Una veintena de reinas, españolas o foráneas, verdaderas
o míticas, van desfilando por los distintos capítulos a modo de relatos
apasionantes.
Desde la
reina Ginebra a la zarina Alexandra, pasando por Salomón y la reina de Saba,
Cleopatra, entre César y Marco Antonio, la “Loba de Francia”, María Estuardo,
Ana de Austria, Carolina de Dinamarca, María Antonieta, Catalina de Rusia,
María Luisa de Parma, Joaquina Carlota de Portugal, la Reina Gobernadora, la
“Reina Castiza” –esta dos, madre e hija- o el caso singular de Victoria I de
Inglaterra, dan cuerpo a las historia
del libro.
“La
historia está jalonada de testas coronadas que perdieron su prestigio, incuso
reinos por culpa de un amor inoportuno”, se dice en la introducción del libro.
“Enrique VIII se enfrentó con la Santa Sede por el amor de Ana Bolena, Luis XV
concedió riqueza y poder a sus diferentes maitresses-en
tigre, Luis de Baviera perdió el trono por Lola Montes…” Mientras el rey se
divertía, algunas reinas se tomaban sus licencias.
Dejando
a un lado las valoraciones morales, el libro Los Caballeros de la Reina relata con precisión de historiadoras
los acontecimientos de unos personajes femeninos que tenían corazón y deseos a
lo que había que satisfacer según su propia decisión. Todo tiene un precio y
algunas lo pagaron, pero vivieron al margen del rey.
Lo
cierto es que el pueblo acaba por conocer estos devaneos, que no siempre
aprobaba, por un prurito de decoroy hasta de decencia. La sensibilidad del
pueblo en este campo se suele decantar por la moral, aunque él mismo no la
practique. La explicación no es otra que la de Nobleza obliga, algo que muchos reyes o consortes se salta con
alegre irresponsabilidad, incluido el presente.
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