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Manuel Quiroga Clérigo
Encarna León
Delegada Territorial de ACE-Andalucía por Melilla
10.04.18 .- MADRID.- El
libro lleva la siguiente dedicatoria: “Para Claudia y para María Aurora, su
madre”; estas palabras nos llevan a situarnos ante la disposición de ánimo y ternura del
poeta-abuelo hacia la principal destinataria de los poemas de esta obra, su
nieta Claudia.
Abre
el libro con el poema “La Habana sin nubes”, que se hace pórtico de una lectura
que transcurrirá serena y detalladamente por Cuba, la isla escogida por el
autor para volcar y dedicar su amor por Claudia, su nieta, la que tanto añora,
y parece ir de la mano de este viajero incansable, ‘viajero-juglar’ según la
observación de la autora del prólogo, Alicia Grinbank, que comparto. El autor,
con versos como, “[…] Perezosas las calles acogen
transeúntes […]”, nos hace partícipes de un amanecer cubano, sin prisas, con
todo el tiempo por delante para disfrutar paisajes, aromas, sonidos, el mar y
su oleaje; todo ello aderezado con un toque de ternura. Estamos en mayo, en un
tiempo feliz de estrenada primavera y los versos trascendidos, hechos poemas,
van pasando con un ritmo vertiginoso del corazón a la mente, de la mente a las
manos de Manuel. Una riqueza emocional le inunda por lo que percibe, ve y
siente, y le mueve, necesariamente, a descargar sobre el papel, poemas que
fluyen a diario, uno, dos, tres… los necesarios para acallar los impulsos que le apremian.
Muy
pronto se establece un monólogo que quiere transmitir a su querida Claudia, con
el intento de hacerle ver las diferencias sociales existentes en todos los
lugares del mundo, ahora son las que observa en esta isla, tan palpables, donde
las casas y las calles son decrépitas, y
pide soluciones para que se trabaje y exista un mundo mejor y más humano. La
evocación de la nieta, su cándida belleza y su sonrisa están muy presentes en
los primeros poemas del libro, y el poeta con su voz, pasada a grafías, va
mostrando escenas familiares.
La
descripción es constante en Manuel Quiroga y así, nos ofrece escenas
multicolores donde cobran protagonismo el mar, el olor característico de La
Habana, el azul de su cielo, la bahía, los muelles, las luces, barcos… Las
aves, solidarias con esta visión del poeta, cruzan veloces y cantan, mientras
los niños, a la antigua usanza, entonan patrióticas canciones antes de entrar a
las aulas, y así dice a Claudia: “En la Habana todo nos deslumbra, nos habla de
un pasado de nieblas, de un futuro de soles”. Quiroga usará con cierta frecuencia,
los vocablos parques y trenes, tan
necesarios para, con los primeros, llenarse de vida, luminosidad, alegría,
flores, aromas y múltiples sensaciones, donde las aves anuncian las estaciones
del tiempo y amenizan las tardes apacibles con sus ritmos marcados. Por otra
parte, los trenes le son necesarios para trasladarse a lugares presentidos,
pasear la vida, ocupar el ocio y la contemplación de la belleza, y visitar
ilusionado la isla, Cuba, con toda su carga de historia y realidades. El
abuelo-poeta viaja, observa, se nutre de paisajes, de estampas florales, vive y
nos cuenta, más bien, va contando a Claudia los murmullos de la noche, el
caminar de los vientos que acarician o destruyen. También le habla de hadas
buenas y malas que ella, en sus pocos años, no alcanza a entender.
El
segundo espacio que escoge Quiroga, para seguir dialogando con Claudia, es
Viñales (Pinar del Río) el poeta siente la necesidad de confesarle su amor y le
dedica un soneto, una de sus estrofas lee: “[…] Me detengo en tus ojos y en tu
frente/nada existe sin ti, tú ya lo sabes./Tu recuerdo es la cosa más amada.”
Subido
en esos trenes, Quiroga, va contemplando, describiendo, la belleza de los
prados, el frescor de la hierba y de los ríos, las plantaciones de plataneras,
todo un paisaje bucólico lleno de vida y colorido para, finalmente, decirle a
la nieta: “En este valle verde de Viñales, Claudia mía,/encontramos la paz que
no hay en otra parte”.
Prosigue
el viaje, su estancia en la isla, desgranando los meses y se para en mayo,
tiempo de nacimiento de Claudia, y le dice: “Naciste en Dos de Mayo y no hay
olvido…” para, una vez superado este pensamiento, continuar sumergido en todos
los paisajes y circunstancias posibles de la isla, Cuba. Habla-escribe de
gallos, ciudades con sus lluvias, de futuros, de los trenes de Guantánamo, de
olores frutales. Cierra esta primara parte, bajo el título de “Isla”, con el
poema “Un olor a manzanas”.
Con
esa descripción poética, que caracteriza a Manuel Quiroga, es fácil convertirse
en su compañero de viaje y compartir los
paisajes y emociones que nos va trasmitiendo, como hará, sin duda, esa niña tan querida, Claudia,
cuando alcance algo de mayoría y lea ‘su libro’. A fecha de hoy (2018), ya podrá
hacerlo perfectamente.
Antes
de introducirnos en el siguiente apartado de esta obra, “País de colibríes”,
Quiroga quiere dejar bien claro que, “Claudia nació en Madrid el 2 de mayo de
2006. Sigue creciendo”. Ha pasado el tiempo y el abuelo-poeta quiere rendir
homenaje a su otra nieta, Martina, a su esposa, amigos y familiares y emplea el
mismo cauce, los mismos recursos: el poema, los versos, los viajes, el
continente americano (en esta ocasión México y sus ciudades) y da rienda suelta
a su creación. “País de colibríes” nos sitúa, en su comienzo, en un grato
ambiente musical con el poema “Bach y las nubes”, y así se pronuncia: “[…] El
tren de acero avanza solemne hacia la tarde;/Bach pervive en el viento, huye de
los ocasos,/sobrevuela las aves y evita asteroides,/descubre geografías en las
aguas azules,/ilumina el camino de todas las nostalgias. […]”
Inicia
un nuevo viaje “Hacia el oeste”, ahora el paisaje es distinto, también la vida
que observa es diferente de la de aquella bulliciosa Cuba. El poeta sigue con
sus trenes, los que le llevan a hermosos parajes y a percibir nuevas
fragancias, y escribe: “Por las mañanas llegan impresionantes/con su carga de
flores y música de árboles”. Sus poemas siguen siendo descriptivos y llenos de
vida. Quiroga es, sin duda, un excelente compañero de viaje; “Isla/País de
colibríes”, en su totalidad, es: admirado jardín, luminoso mar, belleza de
parques, rumores de aves, iglesias, locomotoras, música, torres de cometas,
colores, naturaleza y sobre todo, un canto a la familia, la amistad; no falta un bello y sentido recuerdo para
Pilar, “[…] Pilar sigue ensayando clásicas melodías, /bellos itinerarios de
otoño y pentagramas/como si dirigiera sus pasos a algún bosque/y quisiera vivir
las calles, plazas, fuentes/de la ciudad dorada que siempre es Guanajuato”.
En
este nuevo recorrido, en este viaje,
sigue existiendo una gran añoranza por sus niñas, Martina y Claudia, que
se hace presente en múltiples poemas como en el titulado “Hacia vosotras”,
donde se percibe el regreso junto a ellas y así, el poeta canta: “[…] Vamos
hacia vosotras, a la vida,/a los espacios libres de naufragios,/al lugar en que
habitan las gaviotas, […] Lo demás queda ahora lejos, lejos;/tan solo nos
importa el abrazaros”.
Manuel
Quiroga Clérigo en este libro, que se hace homenaje a sus nietas, al final puntualiza:
“Martina
nació el 1º de septiembre de 2015. Su hermana Claudia está a su lado”.
Podemos
afirmar que leer a Quiroga es viajar, tener muy atentos los sentidos, entrar de
su mano en el mundo de la contemplación, saciarse de todo lo hermoso que nos
ofrece la Naturaleza y amar, amar a lo/los que tenemos cercanos.
ISLA/PAÍS DE COLIBRÍES. Autor: Manuel Quiroga Clérigo
Madrid, 2017
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