PINTURA DE BROTO
Broto ante dos de sus pinturas
El arco iris es un
suntuoso regalo que, como el arte, no tiene ninguna utilidad.
Ya Descartes lo
analizó y explicó su fundamento sin renunciar a la emoción que produce.
Su avistamiento es
azaroso, y en ocasiones es doble. Si se tiene esa fortuna, se araña la
felicidad.
El gris
es un color muy extendido
ha
tenido mala fortuna.
Es
elegante y dicen que triste, incluso anodino. A mi no me lo parece.
El
violeta es un color picudo, impropio, imposible
y se
asienta bien en la lavanda.
Siempre he desconfiado de la serenidad del verde… El
lametazo de la vaca.
El rojo es un color vivo, estruendoso y desapacible.
Hiere y te abraza con su urgencia.
Ver rojo es acomodarse a la paz de la ira.
Azul, añil, glasto. Lo que vemos antes de ver.
El fondo que ampara y estimula el dibujo de esa nube.
Los ocres son de gran utilidad en el campo,
asedian y ordenan la expansión del verde, lo ponen en su
lugar.
Hay un amarillo ácido que desasosiega, vivir con él es un
sobresalto.
Hay otros más clementes como el de Nápoles y algunos
menos claudicantes.
Yo prefiero el sobresalto agrio.
Rodeados
de noche el negro se hunde y ya no lo ves.
Naranja como una cálida broma.
El púrpura es una utopía que oscila entre el violeta y el
rojo.
Más que un color es una distinción.
Han conseguido que sea un color sospechoso.
El marrón es como la tierra. De muchos colores.
Blanco como nada.
José Manuel Broto
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